Comunicado de Usina de Justicia

El hallazgo de los restos de Diego Fernández Lima, el joven que permaneció desaparecido durante 41 años, encendió una llama largamente postergada. Fue en una casa vecina a la del músico Gustavo Cerati donde la memoria finalmente habló, y con ella, emergió una causa que Usina de Justicia abraza desde sus orígenes: la imprescriptibilidad de los homicidios.

Los familiares de Diego que aún viven no tendrán justicia. No tendrán esa verdad que el fallecido padre de la víctima buscó incansablemente desde el primer día, pues la acción penal prescribió: ya transcurrió el plazo legal para juzgar y condenar al responsable de su muerte.

Uno de los argumentos más comunes a favor de la prescripción de los delitos, incluso los más graves como el homicidio, es que “con el paso del tiempo se pierden las pruebas”. Sin embargo, la realidad y el avance de las ciencias forenses desmienten este dogma que algunos todavía se resisten a abandonar.

En Estados Unidos, por ejemplo, existen cientos de casos en los que, décadas después de haberse cometido un asesinato, se logró condenar al culpable gracias a pruebas preservadas o recuperadas con nuevas tecnologías. Uno de los más emblemáticos es el caso de Joseph James DeAngelo Jr., el criminal serial de California que cometió 50 violaciones y por lo menos 13 homicidios entre 1976 y 1986. Su impunidad llegó a su fin cuando un investigador subió el ADN de Joseph a la base de datos abierta de perfiles genéticos GEDmatch, lo que permitió encontrar a familiares lejanos del sospechoso. Con una muestra de ADN de DeAngelo sacada de la basura, lograron identificar al asesino en serie y condenarlo a 11 prisiones perpetuas, el 21 de agosto de 2020. 

Otro caso fue el de John Floyd Thomas Jr., un asesino serial que mató a siete mujeres en Los Ángeles durante las décadas de 1970 y 1980. En el año 2005 se descubrió que la evidencia biológica encontrada-y que no había sido examinada hasta ese entonces-también coincidía con la evidencia encontrada en la escena del crimen de Elizabeth McKeown, quien fuera agredida sexualmente y asesinada por Floyd en marzo de 1976. En 2011, Floyd fue condenado a prisión perpetua. 

Los familiares de las víctimas de DeAngelo y Floyd tuvieron la justicia que no tendrá la familia de Diego.

¿Qué mensaje le dejamos al mundo cuando aceptamos que matar puede prescribir? ¿Desde cuándo el tiempo borra un crimen? ¿Desde cuándo la ausencia caduca?

Decir que un asesinato puede prescribir es afirmar que el dolor tiene fecha de vencimiento, que la búsqueda tiene un límite, y que triunfará la impunidad.

Por eso hoy alzamos la voz y decimos basta. Los derechos a la verdad y a la justicia no prescriben.

Tu apoyo es más que un gesto solidario. Es una declaración de que la memoria importa y de que la justicia no puede tener fecha de vencimiento.


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